Hoy hace exactamente un año que salí por las puertas de International House (IH) con la cabeza embotada por la inmensa cantidad de input que me habían brindado las prácticas y el cava casero con el que nos había obsequiado uno de los alumnos. Recuerdo que hacía mucho calor y que me sentía muy emocionada y a la expectativa: un nuevo mundo de oportunidades se abría ante mí. Me despedí de Júlia –mi mejor amiga en el curso– y, tras un cálido abrazo, nos hicimos una de las tantas promesas de reencuentro que han caído en saco roto en la historia de la humanidad. Sin pensarlo demasiado, empero, me dirigí a casa tratando de evitar el sol abrasador, y me dispuse a escribir la reflexión final del portafolio que había mantenido a lo largo de toda mi estancia en IH, del que extraigo el siguiente fragmento:
«En el Documento de partida de este portafolio me había propuesto experimentar la realidad práctica del profesor de idiomas más allá de la burbuja académica en la que vivía. Esto lo he conseguido y ha sido una grata vivencia. A pesar de los nervios que he pasado, me ha encantado ponerme al frente de una clase, interactuar con los alumnos, preparar las actividades, buscar información en la biblioteca o en internet sobre la enseñanza de ELE y tener la oportunidad no solo de analizar mi actuación junto a la tutora y mis compañeras, sino también de aprender observándolas. Gracias a ellas, me voy con unos objetivos muy claros sobre lo que tengo que mejorar: las dinámicas de grupo, la secuenciación y la adecuación al nivel».
Tenía, pues, muy claro que el curso me había cambiado e iba a seguir cambiando la vida para bien. A los pocos días, sin embargo, el choque drástico que supuso la tranquilidad del verano, frente a la inmensa cantidad de trabajo que conllevaba planificar y crear los materiales para las clases, contribuyó a conferirle a toda esa experiencia la cualidad de recuerdo. Sabía que IH había ocurrido hacía poco, pero, al mismo tiempo, lo sentía muy lejos. Tal vez se debiera a lo mucho que aprendí, al agotamiento mental que todo ello me había acarreado o a la inminencia del máster al que me había matriculado. ¿Quién habría imaginado que, tan solo unos meses después, habría de volver a descender a las «mazmorras» –así llamábamos a las aulas del sótano de la escuela– precisamente con motivo de las prácticas de observaciones proporcionadas por mis nuevos estudios?
De las mazmorras…
Para aquel entonces, no obstante, mis bases teóricas acerca de la enseñanza del E/LE se habían expandido y relativizado notoriamente: además de lo aprendido en las asignaturas del primer trimestre, había empezado a impartir clases de inglés en un instituto, así como pude comparar la metodología y el ambiente de IH con los de la Escuela Oficial de Idiomas Vall d’Hebrón (EOI), que también tuve oportunidad de observar. Me di cuenta, por ejemplo, de qué modo afecta la institución donde uno trabaja a la secuenciación de sus clases, y de que, en definitiva, IH no es la Biblia.
Más concretamente, en la EOI, por razones de duración del curso y proximidad entre los estudiantes, el ambiente era mucho más relajado y las interacciones orales espontáneas florecían por doquier (favorecidas también por el elevado número de estudiantes matriculados). Se notaba, además, la diferencia entre la competencia comunicativa de los estudiantes residentes en España y la de los que solo estaban de paso, a pesar de pertenecer ambos a un grupo del mismo nivel (A2). Por otra parte, las tutoras estaban organizando eventos culturales con bastante regularidad, como la visita al Refugi 307, de suerte que las actividades eran mucho más flexibles, variadas y auténticas que en IH. Me pareció un lugar más acorde conmigo, tal vez por haber estudiado yo misma en una EOI durante cinco años.
Todas estas constataciones me consolaron, porque lo cierto es que mi paso por las mazmorras había ejercido un efecto agridulce sobre mi autoestima: allí, a menudo sentía que mi perfil de estudiante-profesora no estaba bien visto, que no se apreciaban en nada mis matizaciones acerca del valor de la gramática en las sesiones de retroalimentación (como si «son tus creencias» fuera un argumento válido) y que automáticamente se me consideraba un muermo –lo cual entiendo, pues no soy muy expresiva ni especialmente simpática, y mi problema con las dinámicas no ayudaba–. Inconscientemente, y esto lo comprendí más tarde, percibía que para ser una buena docente iba a tener que cambiar mi identidad y me veía con muy malos ojos a mí misma. Sin embargo, ahora opino que IH es, al fin y al cabo, una empresa con sus propios objetivos de mercado, y yo no tengo porqué medirme por el mismo rasero, aunque haya podido y pueda aprender de él.
… Al laboratorio
Llegó el segundo trimestre del máster y con él la oportunidad de realizar las prácticas docentes correspondientes. Tras algunos contratiempos burocráticos, finalmente me fue asignada otra escuela enorme (en términos económicos): EF Education First (EF), bautizada como el «laboratorio» por mi compañero Roberto por sus características paredes de cristal.
Honestamente, antes de empezar no me hacía mucha ilusión. Yo hubiera querido hacer las prácticas en la EOI con la temida Estrella López, pero no pudo ser y, tras la primera reunión con Mireia –mi tutora en EF– y el mini tour que me dio por las instalaciones, llegué a la conclusión de que no había ido a parar a un mal sitio. Me gustó sobre todo el ambiente de caos, de cosas terminadas al último minuto por el exceso de trabajo y de compañerismo que mediaba en la sala de profesores. Yo misma vivo en un ambiente similar desde que me veo obligada a combinar los estudios de ruso y del máster con dos empleos y, aunque a veces (muchas) me quiera morir, es una sensación que te mantiene vivo.
EF sigue un modelo de negocio que se fundamenta en complementar el estudio formal de la lengua con la estancia en el país de origen de la L2 y el intercambio cultural con el mismo. Por lo tanto, de forma análoga a lo que ocurre con los cursos intensivos de IH, los estudiantes no residen en España de forma permanente. El grupo meta estaba constituido por unos 15 alumnos –que iban fluctuando en número y asistencia– de nivel B1.1 y diversas nacionalidades: Noruega, Suecia, Francia, Italia, Japón, Croacia. Todos eran adultos jóvenes de un nivel socioeconómico alto. Cuando llegué, estaban terminando la unidad 4 del Aula Internacional 3 Nueva Edición, y, durante mi estancia en EF, que tuvo una duración de cuatro semanas, vieron la 5, la 6 y la 7.
Pacté con Mireia que en el decurso de las prácticas íbamos a incidir en mis deberes pendientes –enumerados al principio de esta entrada: dinámicas, secuenciación y adecuación al nivel–, si bien no podríamos tratarlos todos con el mismo nivel de profundidad. Asimismo, optamos por seguir una dinámica de retroalimentación similar a la del Curso de Formación de Profesores de E/LE de IH: triangulación entre la autoevaluación inmediata después de una actuación docente, el feedback aportado por la tutora y la posterior visualización de la grabación de dicha actuación (efectuada, por cierto, a través de la plataforma VEO, que ya habíamos utilizado en el máster para la realización de la actividad de microteaching).
De la reflexión obtenida a partir de este procedimiento, así como de la observación llevada a cabo en las clases de Mireia, siento que extraje aprendizajes diversos, la mayoría de los cuales consistieron en afianzar la teoría que traía del curso de IH y la que se ha ido tocando en el máster. Valoro especialmente la forma en que la tutora desarrollaba las presentaciones de lenguaje, de acuerdo con los principios de la gramática cognitiva, incluyendo dibujos y reflexiones interlingüísticas. Además, frente a la formulación de preguntas inesperadas por parte de los educandos, parecía tener la habilidad de inducir reglas al momento a partir de la comparación de ejemplos. Diría que, en lo tocante a nuestras prioridades en el aula, somos bastante parecidas.
Por otra parte, pude corroborar cuán más productiva es la experiencia si hay un ojo ajeno que te observe y te ayude a reflexionar y a perfilar objetivos de mejora. Uno mismo siempre tiene que mantener una dinámica de autocrítica, por supuesto, pero esta es tanto más significativa cuando hay otro punto de vista en la ecuación. En este sentido, no está de más –y de hecho lo hicimos con Mireia– preguntar a los pupilos cómo se sienten en clase, qué les gusta, qué cambiarían, etc. y tenerlo en cuenta a la hora de pensar, organizar y ejecutar una clase.
En cuanto a aspectos más específicos, considero que he solventado en gran medida mis problemas con la adecuación al nivel. Percibo asimismo una mejora, aunque todavía no pueda decir que ya no sea un aspecto imprescindible en el que trabajar, en la alternación de las dinámicas. La secuenciación a duras penas pudimos abordarla, pero la clase que planifiqué e impartí funcionó –es decir, los aprendices fueron capaces de llevar a término la tarea final gracias al andamiaje de las actividades previas–. Más aún, incluso surgieron nuevas cuestiones sobre las que pensar, como la gestión emocional en el aula. Por todo lo cual, creo que las prácticas, aunque breves, no han sido en balde y, desde luego, me han infundido la energía necesaria para seguir adelante por este camino, trabajando y formándome.
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