Noches en vela, fluidez oral y el cierre de una etapa

By Imma López Comment

Hoy digo adiós, al menos por un tiempo, a los ojos enrojecidos, al olor a azúcar de las bebidas energéticas y a la intimidad silenciosa de la madrugada -solamente perturbada por algún coche pasajero, un grupo más o menos numeroso de transeúntes ebrios o el lejano ladrido de un perro-, así como a los furtivos tentempiés que acompañan a una larga noche de trabajo y que me han hecho ganar cerca de 7 kg en los últimos dos años. Con todo, me despido sobre todo de una etapa de mi vida intensa y llena de significado, gracias a la que siento que he entrado realmente en la edad adulta, al tener que hacer frente y compaginar ciertos deberes que parecían irreconciliables, pero que, con la toma de determinadas decisiones, una fuerza de voluntad que desconocía en mí y el apoyo de mis allegados, he podido sacar adelante.

Recuerdo que, cuando llegué a la sesión inaugural del Máster de Formación de Profesores de Español como Lengua Extranjera que ha dado lugar a este portafolio y tuve que presentarme y dar los motivos por los que había escogido esta vía de estudios, me salió de dentro una dolorosa confesión: «es que me encontré con que no sabía qué hacer con mi vida». Esta es una sensación que me ha acompañado desde que tengo uso de razón, e incluso hoy no puedo decir que me haya librado de ella completamente. Nunca he querido asentarme en la monotonía que comporta una vida estable, carente de incentivos intelectuales y de crecimiento personal, más allá de un periódico aumento de sueldo; y menos aún he querido conformarme con la precariedad económica y laboral con la que mi madre se ha visto obligada a criarme, renunciando a sus propios deseos y necesidades.

Clase Pompeu

Estos dos años me han dado, junto con esos malditos 7 kg, las herramientas y la autoestima necesarias para seguir labrándome un futuro que me haga feliz. Estoy segura de que las cosas que he aprendido -y más importante aún, que he aprendido a aprender- y que me han transmitido los profesores de este máster no podría haberlas hallado en ningún otro lugar. Pero vamos a darle por ahora una palmadita en la espalda al poeta frustrado que hay en mí y a hablar un poco del proyecto con el que he cerrado todo este proceso de aprendizaje: el Trabajo Final de Máster (TFM).

Un TFM accidentado

Si recordáis la entrada que dediqué, unos meses atrás, al proyecto Erasmus+ proPIC Europa, sabréis que mi intención e ilusión originales eran las de diseñar y pilotar una app para enseñar español a un colectivo migrante poco alfabetizado. Sin embargo, ciertas lecciones de vida traen consigo una alta deuda a pagar, y mi descontrolada inversión de tiempo y energía persiguiendo los objetivos laborales equivocados me dejó a las puertas de la entrega del TFM con un proyecto que no era ya nada viable dados los constreñimientos temporales. Me dolió mucho tener que renunciar a él, pero los valiosísimos consejos y apoyo de mi tutor Joan Tomàs me hicieron ver que siempre estaría a tiempo de crear dicha app, mientras que esta era una etapa que me perjudicaría prolongar más de lo necesario.

Ahora bien, ¿qué tema, que no fuera un análisis de materiales o un trabajo de revisión bibliográfica, podía ser viable, pues, a la luz de estas nuevas circunstancias? Afortunadamente, en aquel entonces yo estaba impartiendo, en calidad de becaria, una asignatura del curso de extranjeros de la Universidad Pompeu Fabra enfocada en la práctica de la expresión oral en E/LE. Contaba, por ello, con muchos materiales de diversa índole: desde grabaciones de tareas específicas de mis estudiantes hasta reflexiones de portafolio, pasando por herramientas y actividades didácticas de propia creación, así como retroalimentaciones detalladas que incluían transcripciones e inventarios de todos los errores de gramática, léxico y pronunciación cometidos por cada educando. Solo necesitaba, por tanto, dar con un modo de explotarlos.

TFM

Mediante algunas cavilaciones y la lectura de varios artículos, no tardé demasiado en encontrar un hilo conductor que me pareciera atractivo: la fluidez oral. Empero, no me resultó nada fácil dibujar el esqueleto que lo aunara todo de forma coherente y cohesionada. Inicialmente, y puesto que tenía tantas grabaciones, pensé en hacer un estudio longitudinal comparando la fluidez de mis estudiantes al inicio y al final de la asignatura, tomando como referente tanto tareas individuales como en pareja. No obstante, por un lado, al tratarse de estudiantes Erasmus que se encontraban en ese momento en contexto de inmersión, habría resultado virtualmente imposible controlar su grado de exposición al español; y, por el otro, tres meses no es mucho tiempo para manifestar mejoras evidentes cuando se tiene un nivel ya bastante avanzado, como era el caso de mis aprendientes.

Sopesé asimismo la posibilidad de indagar en los efectos que la retroalimentación concreta que yo daba a mis pupilos, junto con su propia capacidad de autoconciencia o autopercepción, surtían en su actuación posterior -puesto que, como parte del programa de la asignatura, había decidido incorporar la repetición de una tarea de libre elección a fin de mejorarla-, pero no tenía documentadas suficientes acciones a este respecto como para obtener un estudio lo bastante rico para un trabajo de estas características. Al fin, decidí centrarme en un análisis comparativo a nivel cuantitativo y cualitativo de la actuación de mis estudiantes, en términos de fluidez, en un contexto individual y otro interaccional, a fin de comprobar si esta variaba tanto en lo tocante a las medidas de fluidez temporales cuantificables de las muestras como a lo concerniente a la fluidez oral percibida por parte de jueces expertos.

Praat

Para ello, transcribí los archivos de audio y medí, con la ayuda de Praat, las distintas variables de fluidez temporales presentes en las muestras seleccionadas para la investigación -velocidades de articulación, de elocución y de elocución recortada; frecuencia de pausas silenciosas y articuladas por minuto; duración media de dichas pausas; longitud media y máxima de los grupos fónicos; ratio de palabras empleadas correctamente en L2 frente a las palabras en L1 y las invenciones léxicas, etc.-; las comparé estadísticamente con la prueba de los rangos con signo de Wilcoxon para ver si existían diferencias significativas entre ambos contextos de enunciación; desarrollé un par de escalas de Likert -una relativa a la fluidez individual y otra a la interaccional-, pedí a seis examinadoras del DELE que valorasen las grabaciones con ellas, y correlacioné a través del coeficiente de Spearman sus puntuaciones con las medidas de fluidez temporales calculadas previamente; y, ya por último, completé el estudio con un somero análisis cualitativo, triangulando las impresiones recogidas con las grabaciones de los encuentros con las examinadoras, las puntuaciones asignadas por estas a los aprendices y las transcripciones de las muestras de los mismos.

Recuerdo que la última semana antes de la entrega del trabajo escrito fue intensísima y muy dura; apenas dormí una media de dos horas por día y únicamente paraba de trabajar para llorar un rato y liberar tensión. Solo podía pensar en que no quería ni entregar un TFM mediocre y estropear mi media, ni repetir la asignatura: la vanidad es una condena cuando, además de ser una procrastinadora nata, una se encuentra en la tesitura de tener que hacer el trabajo de un año en tres meses. Eso sí, de no haber sido tan vanidosa, nunca habría aprendido tantísimo como lo hice -especialmente estadística-, ni podría hoy respirar tranquila y orgullosa por haber podido salvar la situación a la que me habían abocado algunas malas decisiones. Ahora bien, si tenéis curiosidad por saber a qué conclusiones llegué con mi trabajo, vais a tener que leerlo cuando esté disponible en el repositorio; pero ya os adelanto que la interacción con otros seres humanos parece sacar lo mejor de nosotros mismos :)

Caja y bigotes

Logré, pues, entregar la memoria a tiempo y llegó después el día de la defensa. Estaba nerviosísima y apenas dormí una hora ultimando los detalles finales de la presentación. Sobre todo me torturaba el miedo de saber que la parte cualitativa del trabajo no era para tirar cohetes, puesto que muchas veces se limitaba a una mera descripción de lo acontecido; y, efectivamente, bastantes comentarios a este respecto surgieron del tribunal -a los que, con la tensión acumulada, el cansancio y el reconocimiento de dichas flaquezas, respondí disculpándome con lágrimas en los ojos-. Con todo, también se dijeron tantas cosas buenas sobre mi trabajo y sobre mí, que cada vez que lo pienso, me siento muy feliz. Lo cierto es que les tengo mucho cariño a los docentes de este máster; tal vez sea porque además de ser profesores, sus áreas de investigación pivotan alrededor de la didáctica, pero lo cierto es que los vínculos que son capaces de establecer con los alumnos exceden toda mi experiencia previa: obviamente, en mi pasado han existido otros profesores que han despertado mi admiración y con los que he trabado «amistades», pero no eran tantos, ni mucho menos conectaban así con el resto de pupilos de forma generalizada.

Algo que me sorprendió muchísimo en mí de este día fue lo que sentí al volver a entrar en el aula tras concluir la defensa y el intercambio con el tribunal para escuchar qué nota habían decidido asignarme: ¡me daba totalmente igual! ¡A mí, que toda la vida me ha preocupado mi expediente académico, a quien la vanidad había mantenido despierta y activa más allá de los límites razonables solo unos días atrás! Sí, en ese momento, rodeada de mi familia y amigos -que habían venido a verme como apoyo-, recordando todo lo que había aprendido con la realización de la investigación, con la tranquilidad de haber hecho todo lo que estaba en mi mano por hacerlo lo mejor posible dadas las circunstancias, liberada de la tensión, etc., me embargó un sentimiento de realización personal como no lo había conocido antes. Por supuesto, una vez anunciada la nota, me alegré de corazón, y, seguramente, si no hubiera sido buena, me habría dolido -y es que once vanidosa, always vanidosa-; no obstante, creo que ese estado de ánimo es al que debo aspirar profesionalmente y el que me gustaría despertar en mis alumnos a través de la enseñanza.

No sé qué me deparará mi porvenir -os iré manteniendo informados en entradas futuras-, pero, junto con las herramientas de aprendizaje y los valores de autonomía que nos han brindado estos dos años, me llevo conmigo lo más importante: el deseo de seguir investigando y formándome, algo que me acompañará toda la vida, de eso no tengo ninguna duda.

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