«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo».
Desde el preciso instante en que las leí, las frases del inicio de Pedro Páramo se clavaron, como martillazos, en mi memoria infantil. Constituyen uno de esos principios que parecen escritos como se sopla el polvo de un mueble viejo; de esos que te abofetean en la cara y se erigen en himnos con la naturalidad de una canción primitiva. Todo lector que se precie ha sido víctima de uno de esos milagros: pienso en Cien años de soledad, L’Étranger o Anna Karenina.
Recuerdo que entonces todavía era una niña y quería darme aires de importancia por leer cosas de mayores; no obstante, nunca me he alegrado tanto de ser tan vanidosa. Por esa razón, cuando Halldór me preguntó, con su mezcla de acento islandés, italiano y mexicano, qué podía leer en español, no dudé en recomendarle enfrentarse a una lectura ardua, pero transformadora (como puede serlo el aprendizaje de cualquier lengua extranjera).
Halldór, el güero de México
Halldór -o Aldo, como él quiere que lo llame porque se piensa que su nombre es muy difícil de pronunciar- es un chico de mi edad (24 años) que proviene de Islandia. De hecho, es el primer islandés que conozco y, desde luego, el primero al que escucho hablar español. El destino nos ha unido gracias a un proyecto de telecomunicación llevado a cabo por nuestras respectivas universidades: la Universitat de Barcelona (a través de la asignatura del máster «Las TIC en la didáctica de ELE») y Háskóli Íslands. El objetivo de este intercambio a distancia es brindarnos la oportunidad, a nosotros, de poner en práctica las tecnologías que tenemos a nuestro alcance para la enseñanza de L2 y, a ellos, de practicar su español con hablantes nativos que además se están formando en la docencia de ELE.
La verdad es que, tanto ellos como nosotros, estamos entusiasmados con la idea y nos lo hemos tomado con mucha ilusión. Más aún, Halldór fue uno de los primeros estudiantes en ponerse en contacto con nosotros, y desde el primer día me estuvo mandando notas de voz por WhatsApp haciéndome preguntas y contándome su historia. Me sorprendió ver que un nórdico fuera tan echado para adelante, a lo que él me respondió que «los raros son los finlandeses».
En general, Halldór es un chico muy aventurero y desprovisto de complejos. Las dos lenguas románicas que estudia, el italiano y el español, las aprendió porque un buen día se aburría y decidió embarcarse en dos viajes improvisados, uno al norte de Italia y otro a México (aunque, en este último, una chica mexicana que había conocido de Erasmus en Finlandia tuvo algo que ver :P). Además, cada viernes se baña en el mar, sobre todo en invierno cuando está helado, puesto que en Islandia se considera algo necesario para fortalecer el sistema inmunitario, aunque no todo el mundo lo practique. Por otro lado, es un ávido lector de novelas: me contó que estaba leyendo Por quién doblan las campanas de Hemingway, que trata sobre la Guerra Civil española, y me recomendó leer a su tocayo, Halldór Laxness, el único escritor islandés galardonado con el premio Nobel de Literatura (así pues, como graduada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, no podría estar más contenta).
Con todo, lo que más disfruto de este intercambio, más allá de la divertida personalidad de Halldór, es su predilección por México. Gracias a él, he aprendido un chingo de vocabulario nuevo, como la palabra güero (‘rubio’), mediante la cual todo el mundo allí se le dirigía; o cuestiones culturales como la leyenda popular de la Llorona o las muchas canciones latinoamericanas que le gustan. Me parece interesantísimo poder descubrir aspectos nuevos de mi lengua materna a través de los ojos de un extranjero, así como tener la oportunidad de ‘ensayar’ la docencia a distancia con gente de nuestra edad a la que, por tanto, podemos identificar como amigos.
Mis impresiones sobre este primer tête à tête son, pues, muy positivas. He podido conocer a Halldór y hacerme una idea de sus intereses y necesidades (de las que hablaré más adelante), del mismo modo que me ha contado cosas muy curiosas sobre su país. Y, lo mejor de todo, es que me he sentido muy cómoda durante todo el proceso. De hecho, tuvimos algunos problemas técnicos que nos obligaron a repetir la grabación de nuestra videollamada por Hangouts hasta tres veces; sin embargo, él nunca perdió la paciencia ni el buen humor. Más aún, dicha toma de contacto me ayudará a pensar en actividades futuras de cara al proyecto de telecomunicación.
Por ahora, nos esperan tareas grupales debido a las cuales tendremos que interactuar con más compañeros y en distintas plataformas. Me pregunto si los demás islandeses serán tan chidos como El Güero. Es posible que no, pero aun así aguardo el momento con impaciencia. Os iré manteniendo informados.
Y, con esto, me despido. ¡Viva México, cabrón!
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